domingo, 22 de mayo de 2011

Carta al administrador

Creo que vivo al lado de marcianos.
¿Marcianos Sole? Sí, como lo oyes. De esos que tienen la cabeza alargada. Nunca me miran a la cara cuando los saludo, como si se estuvieran escondiendo de algo, de alguien.
Pero vecinos hay de todos los tipos.
No lo dudes. Yo tengo para elegir. Por ejemplo: nunca faltan las chismosas. Perfil común: amas de casa, 40 – 50 años, con lentes y delantal. Cuando paso por el corredor del edificio, siempre escucho el sonido de la misma ventana abriéndose, (si quiere seguir en el oficio, es recomendable que le dé mantenimiento a su oxidada y ruidosa ventana) con el objetivo de escuchar alguna conversación o, por lo menos, ver con quién ando. Si por a o b, te olvidaste de pedirle algo a tu mamá, y te ves forzada a abrir la puerta desesperadamente para alcanzarla antes de que se vaya, elevar la voz y decírselo cuando ya está a punto de bajar la escalera, justo esa misma vecina tiene la necesidad de salir al pasadizo para “alimentar a los pajaritos” que, por cierto, chillan y botan plumas todo el día. Es que justo en ese momento les dio hambre.
Hay de los vecinos fiesteros. Esos son los peores, creo. Hacen reuniones sin importar que sea lunes, con tal de celebrar el cumpleaños hasta de Pelusa, la mascota. La puerta de la casa debe mantenerse abierta, por su puesto, para ventilar la diminuta sala en donde caben alrededor de 33 personas amontonadas pidiendo alcohol. La música, sin comentarios. El volumen: ya pues. Pero oye, todo depende de la ubicación. Si tienes la suerte de que el cumpleañero viva en la casa de al lado, solo tendrás que soportar tu pared retumbando y un par de vómitos cercanos a tu reja, listos para ser limpiados recién cuando sean alumbrados por la luz del sol. Pero si la fiesta es justo arriba de tu depa, prepárate para el taconeo que le espera a tu pobre techo y a tus desdichados oídos.
Las señoras mayores en el edificio pueden causarte dos cosas: ternura / simpatía o ganas incontrolables de golpearlas. ¡Hace tiempo que no te veía! ¡Pero si ya eres toda una señorita! No me digas que por fin conseguiste trabajo… Oye, pero me parece que has subido un poquito de peso ah; seguro estás comiendo mucho. ¡Últimamente ya no te veo en la misa hijita! No sabes lo que fue la homilía del padrecito Pedro, pregúntale a tu mami, ayer sí se lució. Sí señora, me imagino, debe ser, estoy comiendo más sí, claro. Y usted, ¿ya se vio al espejo?
Pero no hay nada como la Navidad. La plaza inundada de lucesitas multicolores. El año pasado les dio ganas de competir. ¿Tú pones luces en la ventana? Pues yo además de las luces, voy a colgar el papanoel de felpa que compré en el Metro. Es una cuota significativa, niña. Dile a tu papi que es para el compartir de este año… Es para el chocolatito de taza y un par de panetoncitos, ¡para compartir en familia el espíritu navideño, pues!
Hay vecinas que te dicen “vecina”. Como si no tuvieras nombre o, peor aún, como si lo tuvieras pero les importa un rábano aprendérselo.
Hay vecinos que salen y ven que estás bajando por las escaleras, pero son incapaces de dejarte la puerta abierta para que te ahorres la pesada tarea de tener que subir nuevamente para tocar el timbre o, sacar la llave que te había dado flojera buscar en tus tres bolsos.
Hay vecinas que saludan un día sí un día no.
Hay vecinitas que usan la escalera como el parque del amor, haciéndote sentir como una invasora terrible de su privacidad, cuando en realidad son ellas las que invaden tu edificio.
Hay vecinas a las que les gusta hablar mucho justo el día que estás tarde para tu examen de Gestión.
Hay vecinos que te jalan cable y entorpecen la señal de tu tele pero, afortunadamente, también  hay vecinos sin contraseña a los que les jalas internet.
Conclusión: Que viva Marte.