domingo, 28 de agosto de 2011

El marinerito

Era mi vestido favorito. Yo sé que en esa época mi opinión no contaba, porque tú me vestías sin preguntar y yo me dejaba sin cuestionar. Pero tú y yo sabíamos que ese era mi vestido favorito. No era muy vaporoso como los demás que me ponías para los cumpleaños de mis amiguitas, pero me aun así me hacía sentir poderosa, linda, una estrella. Impecablemente blanco con delgadas franjas azulmarinas a los lados. No tenía mangas y eso me permitía moverme mejor y jugar más libremente en la piscina de pelotas. Era sencillo, no necesitaba nada más. No era muy largo, y yo sabía que así les gustaba a las que salen en la tele.
Cada vez que pasaban por la radio alguna canción de Paulina Rubio o de Gloria Trevy, yo corría a ponérmelo para hacer mi actuación de cantante. Me subía sobre la mesa ante la familia, que aplaudía orgullosa al ritmo de mi confuso movimiento de cuello.
Quedaba lindo cuando lo usaba con mis mediecitas cubanas y los zapatitos de charol que me compró la nonni en aquel verano. ¿Te acuerdas?
¿Te acuerdas cuando no me tenías que preguntar nada?  ¿Te acuerdas cuando ya lo sabías todo? Nuestras  miradas se cruzaban en una sonrisa cómplice. Era de colores. Lo juro.
En ese tiempo no hay sonidos. Todo lo que queda ahora son imágenes borrosas. Niñas corriendo a mi alrededor, gritando, llorando, riendo. Barbies. ¿Te acuerdas de las fiestas que hacían las barbies en nuestro cuarto? Todas estaban excelentemente  vestidas. En cualquier momento de la noche llegaría Ken y ellas tenían que estar preparadas. (Solo había un Ken para todas ellas).
¿Te acuerdas de lo felices que éramos? No existían los problemas. La única preocupación que teníamos era que no todas las barbies recibirían gorritos de fiesta porque se habían perdido algunos ¿Te acuerdas cuando me protegiste esa noche que algo extraño explotó cerca a la casa de la abuela? Me metiste debajo de la cama, ¿te acuerdas de eso?
Algunas veces llorabas y creías que yo no me daba cuenta – Tu héroe ya se había ido - Yo sabía que te sentías mal por los gorritos, por eso no te decía nada. Te juro que los buscaba para que ya no llores.
Te confieso que cuando patinaba en el malecón de Punta Hermosa, me daba roche que estuvieras a mi costado. No me iba a pasar nada. Tú sabías que yo era la mejor patinadora de toda la playa. Por eso empecé a irme sin que sepas. La bodega quedaba lejos, pero en ese tiempo los chicles rosados estaban de moda y yo tenía que conseguir todos los stickers de la colección, esos que venían dentro de las envolturas. En la puerta de mi cuarto ya no cabían más de esas calcomanías que tanto me gustaban.
Cuando el barbón de las navidades dejó de existir, se marcó un hito sin rumbo. De nuestras bocas salían burbujas y años después, él y mis amigas se convirtieron en mi credo. Ahora todo tenía tan buen sabor. Los seres que nos rodean empiezan a balbucear sus primeras palabras y la música empieza a tocar sus primeros acordes al compás del sinsabor del existir. La triste levedad del existir. Pero, ¿qué pasó? ¡Todo estaba tan bien! No me hables, por favor, quiero estar sola.
Hoy ya nada es importante. Solo sálvate tú. Yo sigo aquí, a tu lado, siempre - aunque a veces no me ves- . Sálvate tú que yo ya me contaminé.
¡Apúrate porfavorsito! Lorenita me está llamando para ir a las pelotas… ¡No sale mi zapato! ¡ayúdame! ¡Se va a ir sin mí! ¡No sale, mami!
Perdón.

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