sábado, 24 de septiembre de 2011

Terrazas y maporosas

(…) pero yo diría que existe algo a lo que hasta el más valiente le teme. Solo una cosa. Algo que es más poderoso que sus movimientos, que sus acciones. Algo más profundo que lo visible y más intangible y escurridizo que los sentidos de los que alguna vez, todos fuimos dotados.
Qué quieres decir?
La mente, Sole. La mente. Ella domina tu cuerpo, tu alma, tu vida. Prácticamente dependes de ella. Es cierto que cada uno debería entrenarla, pero no todos tienen esa capacidad de dominar sus elefantes. De ser los dueños de casa. Toma tiempo, ¿sabes? Años.
La mente es la clave del videojuego en el que estás ya perdiendo. Es la pastilla que puede curarte o destruirte. Aquella llave inglesa que puede abrir la puerta o terminar de cagar la cerradura, para siempre. Eso es lo que deberían todos saber.



Alguien debió decirle esto a Tito hace años.
Sí, alguien debió advertirle del poder que nunca supo que tenía allá, en su propia azotea y que se convirtió en su nociva tortura diaria. Aunque, ¿sabes qué? Creo que sí lo sabía y que fue ella quien lo empujó, su mente.
Y tú, niñanube, tú que tanto hablas, ¿la dominas?
Nunca. Es más fuerte que yo. Está activada hasta cuando yo me desconecto. Es como esas molestas lucesitas que nunca se apagan en la noche. Tiene batería autorrecargable, como los conejitos de Duracel.
Y, ¿cómo sabes eso?
Porque alguien me enseñó que la verdad es libertad. Y que al encontrarla, solo los ignorantes la reprimen.
Y eso, ¿qué tiene que ver?
Algunas veces la mente te vuelve ignorante, cobarde. Y las decisiones dejan de ser relativas, como el resto de cosas.
Tranquila, ¿por qué no vas a ver algo de tele?
Claro; la tele.
De dónde vino todo este rollo ah?
De mis pestañas, Sole, de mis pestañas quemadas…
Ahh, verdad…  Luego crecen".

"Oye Sole, mírame. ¿Notas algo extraño?
mmm. Tu pelo? Nono, despeinado, como siempre.
Mira bien oyee
No sé, estás igual de horrible.
¡Calla, tarada! Mira mis pestañas. Pero mira bien.
¡Asu!, las puntitas están como blancas, ¿Qué fue?
Exacto. Me las quemé cuando encendía el pucho. La llama era gigante, ¡no sabes!
JAJAJAJAJAJA  ¡Qué tonta!
No te rías. Tú sabes de mi miedo al fuego. Nunca supe manejar bien un encendedor.
Cierto, pero entonces ya lo venciste. Además, a ti te encanta ver cómo se consume el cigarro en tus manos. Siempre dices que es místico y yo nunca he entendido por qué.
Creo que tienes razón. A veces el miedo se puede confundir con respeto, admiración (…)


Gracias chicos.
Confieso que siempre quise volar por terrazas desiertas y ver maporosas fucsias, como ustedes; pero es que cuando la tristeza es relativa, la alegría se convierte en una máscara momentánea.